sábado, 10 de octubre de 2020

Esta historia que no puedo publicar todavía


Cuando llegué a la terminal de buses había olvidado mi boleto de viaje, yo que soy tan cuidadoso a la hora de viajar y me pasa esto, mi cabeza está confundida a partir del último suceso que se dió hace unos días y casi no puedo concentrarme en nada, definitivamente esta historia que se empieza a escribir me tiene distraido, después de una multa por pérdida de boletos me dejaron subir al bus finalmente y ya buscando mi nro de asiento me toca con un joven, parece será un buen viaje.

Decidí hacer este viaje por motivos netamente laborales, pero no logro concentrarme en nada, mi cabeza va pegada a la ventana de un bus mientras todos duermen, sólo me quedo pensando con mis ojos abiertos que no fijan la mirada en nada, como si estuviera muerto. 

Me gustan los buses, porque me dan tiempo de pensar profundamente, ahora mismo estoy en medio de un desierto mientras se balancea suavemente el carro y es cuando pongo bien en claro cosas que aún no tengo bien resueltas, me gustan los médanos por los que siempre paso cuando viajo a Lima, me gusta el tramo largo de las playas que atravesamos a full velocidad, incluso siento como si escuchara el sonido de las olas, pero luego me doy cuenta que es solo mi imaginación porque el lugar es totalmente hermético. Luego hay un pueblito que parece abandonado, porque no hay ni una persona por sus calles, entonces otra vez aparece el océano con sus riscos y quebradas donde puedo ver la espuma blanca que producen al colisionar contra las rocas, un barco artesanal a lo lejos se puede divisar buscando pescar supongo algo para el sustento diario, y mientras veo todo ese ajetreo voy escuchando música de Richard Clayderman con unos audífonos enormes que rodean mi cabeza, fue un regalo de cumpleaños  y pensar que nunca los iba a utilizar. Es entonces cuando me pongo a pensar en cada detalle de lo que estoy haciendo con mi vida. Será un viaje largo de todavía faltan algo de 12 a 14 horas, así que tengo toda la tarde, toda la noche y parte del día siguiente para aclarar mis ideas, para decidir qué hacer cuando regrese.

Odio los aviones, la última vez que viajé en avión a la ciudad de Lima hubo un aterrizaje forzoso, tuvimos que ponernos la mascarilla de emergencia y seguir las indicaciones de la aeromoza, que nos decía que mantuviéramos la calma, mientras ella se notaba extremadamente nerviosa, estaba seguro que algo malo iba a pasar, pensé en lo peor, no sabía si gritar o calmarme, todos hablaban fuerte, me agarraba fuerte del asiento delantero, y eso me hacía sentir más seguro por alguna razón extraña, cuando en el fondo sabía que no había lugar seguro en ese avión. Dos niños lloraban atrás y el avión se movía en exceso producto de la turbulencia, algunos se ponían a rezar en voz baja, otros miraban por la ventana a ver cuándo colisionaría contra el suelo, pasó de todo en esos 2 minutos antes del aterrizaje. Pero el capitán nos instaba a la calma y decía con una voz de tranquilidad que asumo debiera ser producto de algún curso obligatorio que debía haber llevado antes para poder graduarse de capitán, decía que siguieramos las indicaciones de las señoritas uniformadas. Al final después de varias oraciones y griteríos pudimos aterrizar sin mayores complicaciones más que las de un susto exagerado. Desde ese día los aviones quedaron vetados para mí.

 

Hay una excelente puesta de sol por el lado donde estoy viajando, me pongo a pensar si tan solo hubiera traído mi cámara nikon que tiene una excelente resolución para este tipo de paisajes, pero no puedo concentrarme en nada, en mi cabeza sólo está el nombre de una persona: Estrella

No logro concentrarme en nada y tengo que hacerlo porque el motivo de este viaje es ver una oportunidad de negocio, abrir una sucursal en la capital. Necesito hacer bien las cosas para cerrar este año como uno de mis mejores. Ya he logrado grandes satisfacciones, he conseguido lo que tal vez nadie hubiera podido haber conseguido, una rentabilidad realmente ventajosa con relación a la competencia. 

Mientras pasamos por una playa bastante larga creo que se llama Las Tertulias, voy pensando en lo que fue todo este año, sin duda mi ego ha crecido, estaba en lo más alto que alguien se pudiera imaginar. Me invitaron a reuniones a las que nunca me hubiera imaginado ir, personas que jamás había visto en mi vida y tan sólo al verme caminar hacia ellos sonreían y me hacían un tipo de “reverencia” que yo siempre decía que odiaba, sin embargo, era algo como si entrara lentamente por mi cabeza y poco a poco se infiltraba en mi cerebro y debo reconocer que no había nada más en el mundo que me gustara tanto como aquel “reconocimiento”, aunque fuera falso. Era como un animal insaciable que por más que le diera de comer un poco de satisfacción, nunca se llenaba, por el contrario, siempre quería más.

 

Cuando conocí a Amaya, me pareció la mujer más perfecta del mundo, era como haber encontrado un ángel en medio del infierno que era el trabajo, tenía todas las cualidades que me gustaba en una mujer, la sonrisa perfecta, la mirada profunda, sus ojos eran como dos fusiles apuntándome a los míos, pero con una inocencia pueril, como si me hablara con la mirada en un idioma que nunca pude descifrar, no podía mantener su mirada cuando me plantaba los ojos en los míos para hacerme alguna consulta y sólo me quedaba voltear la mirada con alguna excusa o disculpa, esa mirada tan penetrante e inquisidora y el no poder sostenerla hacía que me pregunte qué me está pasando.

Tenía 25 años cuando la conocí, cabello oscuro y rebelde, de sonrisa fácil, de 1.60 mts. Delgada, de piernas delgadas y pechos firmes, una proactividad característica de una mujer que sabe lo que quiere, y una injerencia que jamás había visto en una mujer de esa edad. Era mi sueño hecho realidad. Su talento era la facilidad de palabra, siempre tenía una respuesta para cualquier comentario, y lo que más me gustaba de ella era su empatía, pero sobre todo tenía una energía que cambiaba de color el mundo con su sola presencia.

Ella entró a trabajar como asistente administrativa un 17 de octubre, recuerdo bien esa fecha porque ese mismo día falleció mi abuelo, el Sr. Jorge Arcentales, el dolor fue enorme, no sólo para mi sino para todo el barrio donde fue muy conocido. También due muy querido por las proezas que había logrado en la vida, una de las que más recordábamos y siempre nos mencionaba era que había ganado un campeonato de box a nivel nacional y esto le había llevado a tener cierta popularidad, fueron sus mejores años, ganó mucho dinero, aunque por malas decisiones lo perdió casi todo hasta el punto de vivir solo de una miserable pensión producto de haber inscrito su nombre en el Instituto del Deporte al cual le había dado una  alegría en el año 1983, aunque no corrió la misma suerte cuando quiso hacer una carrera internacional. Poco a poco con el pasar de los años su fama se había ido desvaneciendo hasta el punto de sólo reconocerlo en lugares donde frecuentaban personas de su edad. Yo era muy apegado a él y cada vez que lo visitaba le contaba al pie de la letra lo que estaba viviendo en ese momento con Amaya y él me escuchaba atento e intrigado, casi no me daba consejos, sólo me escuchaba y para mi era como mi confidente, por eso me dolió mucho su partida.

Con Amaya conversábamos muchas horas, después del trabajo inclusive, nos atrevíamos a sonreír a pesar de las avanzadas horas y si bien eran temas netamente laborales al principio, poco a poco se hacían temas más personales, hasta el punto de contarme intimidades de su esposo que yo nunca se las hubiera preguntado, pero ella insistía y yo tan enamorado de ella hacía lo que fuera con tal de seguir escuchándola.

Pero llegada ciertas horas de la noche se tenía que ir, a veces por mi culpa creo o por algún mensaje de su esposo que le llegaba al móvil, supongo que eran de él, porque de la nada decía las dos palabras que mataban mi ilusión: Me voy. Esas dos palabras me dolían en el alma, no sé si ella sentía lo mismo que yo estaba sintiendo, pero yo quería que se quedara toda la noche, pero se iba, y se quería ir o se quería quedar porque me miraba con una fijación que pareciera que esa mirada me hablaba y me decía que no quería irse. Me voy, y otra vez el frío y la ausencia de su energía. ¿Acaso no sería mejor que me dijera hasta mañana y nos vemos mañana? No. Sólo decía; me voy. Y no se iba. Se quedaba un rato más para hacer más miserable mis pensamientos que ya de por sí estaban confundidos. Jugaba con mis convicciones, yo que tanta experiencia he tenido en juegos de enamoramiento y he tenido varias relaciones, pero ella era un juego nuevo, un juego que nunca terminé de dominar.

Yo quería decirle que estaba enamorado de ella, perdidamente enamorado, y que no me importaba las consecuencias que me tocaban sufrir, pero era algo que no podía hacerlo con ligereza, porque era una trabajadora eficiente, de las mejores tal vez, no sería prudente hacerle ese tipo de declaración, un rechazo sería fatal, terminaría perdiendo a ella y a su talento. No me podía arriesgar.

Era muy confuso la situación, ella estaba casada, tenía un hijo de 5 años, conocí a su esposo en una ocasión que fui a dejarla a su casa, era un hombre muy alto, atractivo a simple vista, con mucho sentido del humor, deportista, joven, y se notaba que la quería más que a nada en el mundo, tenía una familia bien establecida. En una de nuestras largas pláticas me atreví a preguntarle cómo era su relación con su esposo que era casi perfecto, yo esperaba alguna falla siquiera en su vida de pareja para poder entrar a llenar ese vacío, pero su respuesta siempre era la misma; soy muy feliz.

 

Yo también estaba casado tenía tres hijos en casa, mi esposa era muy conservadora, y me tenía mucha paciencia, era una de sus mayores cualidades, nos llevábamos bien a pesar de las vicisitudes, habíamos aprendido a tolerarnos y a sobrellevar nuestras diferencias en los 10 años que vivíamos juntos, yo pasaba los 35 años, y ella era algo mayor, por eso supongo, era más madura en cuanto a carácter.

Empecé a trabajar en esta empresa porque me habían prometido buenas prestaciones y ascensos según el desempeño, me inicié como vendedor, luego ascendí a jefe de departamento, luego me nombraron subgerente comercial, y ahora estoy en el cargo de gerente general, tengo un buen sueldo al año, puedo darme ciertos lujos, viajes, fiestas y espero abrir pronto mi propia empresa con un nombre que ya lo tengo en mente, se llamará FASHION LADIES, dedicada exclusivamente a la venta de ropa para damas.

Este viaje es para conversar con algunos inversionistas que estan muy interesados en expandir la marca y para ello debo estar al cien por ciento, pero mi mente esta bloqueada, no he podido ni dormir ni estar despierto, estoy como zonámbulo, en mi mente solo está el nombre de una persona, Amaya.

Sobre lo último que me dijo antes de abordar el bus, quería venir a este viaje conmigo


Tmre se borró todo